El gran espejo combina a la perfección con la bóveda de piedra del siglo XII. Justo detrás del espejo, una piscina permite nadar a contracorriente. El mosaico blanco se hace eco del techo abovedado, y la iluminación indirecta está sutilmente repartida por todo el espacio. Y no olvidemos París a la luz, siempre presente a través de azulejos impresos en formato panorámico del puente Alexandre III. El agua está a la temperatura perfecta y los chorros burbujeantes masajean suavemente... la promesa de un momento de puro gozo.